
Unas características especiales
Tan bonita y… tan delicada. La piel del bebé merece mimos y atenciones específicos para mantenerse sana. Así puedes ofrecérselos.
Cuando pensamos en el canon de belleza de una piel bonita siempre surge la frase: “como la de un bebé”. Sin embargo, este ideal es difícil de lograr, porque la piel del bebé tiene unas particularidades que la diferencian de la del adulto y la convierten en especial.
- Para empezar, es cinco veces más fina que la nuestra y una vez que pierde el lanugo (ese pelito corporal finísimo que tiene el feto y el bebé de pocos días cuya misión es aislar la epidermis) la piel del recién nacido, apenas tiene vello que la proteja.
- Las células de su epidermis están menos cohesionadas y los corneocitos, que funcionan como barrera, están aún poco desarrollados (son más pequeños).
- Estas circunstancias favorecen, por un lado, que la piel sea más permeable (por ello hay que tener especial cuidado con lo que se le aplica).
- Y, por otro, que pierda agua con facilidad, se descame y aparezcan asperezas.
Diferente a la del adulto
Otra gran diferencia entre la piel del adulto y la del bebé: nuestro pH tiene cierta tendencia a la acidez, perfecto para luchar contra las infecciones y la agresión de agentes externos, pero el suyo es neutro, lo que le deja expuesto a la acción de microorganismos y sustancias potencialmente dañinas.
Si a esto añadimos que el sistema inmunitario del niño es aún inmaduro, que la sudoración es escasa y que las glándulas sebáceas, cuya emisión lubrica y protege, no funcionan correctamente hasta bien pasados los 12 meses, entenderemos la extrema sensibilidad con la que nos encontramos.